Bat Sheva oró para que su hijo Shlomó fuera sabio y apto para la profecía. Las otras esposas de David oraron para que sus hijos fueran dignos para reinar.
El Rey Shlomó comienza el último capítulo de los Proverbios con la exhortación que le hizo su madre cuando él era joven.
Comienza diciéndole “¿Qué, hijo mío? ¿Y qué, hijo de mi vientre? ¿Y qué, hijo de mis promesas?” El siguiente verso “No le des tu vigor a las mujeres...” ya lo hemos discutimos anteriormente.
Ella comienza con tres preguntas, ¿qué? ¿y qué? ¿y qué? ¿Qué te has hecho a ti mismo, a tu alma (investida en tu cuerpo)? ¿Qué le has hecho al origen de tu alma (tu alma investida en el vientre de tu madre, tu alma-raíz en lo alto)? ¿Qué le has hecho a Dios, a quien tu madre ha prometido?
Rashi explica que Bat Sheva dijo estas palabras de reprimenda a su hijo Shlomó el día de la inauguración del Templo que había construido a Dios (cumpliendo así el deseo más profundo de su padre David, quien no tuvo el mérito de construir el Templo en Ierushalaim). Ese mismo día él pecó al casarse con la hija del Faraón, que lo llevó a descuidar el servicio del Templo en su primer día (por lo que Dios decretó que el Templo sería destruido).
Rashi explica las tres preguntas de la siguiente manera:
“¿Qué, hijo mío?” –No sigas tu inclinación al mal (respecto a las mujeres), pues si lo haces, harás que la gente me haga, a tu madre, responsable.
“¿Y qué, hijo de mis entrañas?” –En los últimos seis meses de mi embarazo, yo –a diferencia de la costumbre de las otras esposas de tu padre, David, durante su embarazo –mantuve relaciones maritales con tu padre por tu bien (para que nacieras ágil y alerta. Las relaciones maritales en los últimos seis meses del embarazo son buenas para el feto). Me importabas mucho cuando estabas en mi vientre (y mis relaciones con tu padre fueron por tu bien, no por mi placer físico).
“¿Y qué, hijo de mi promesa? –Todas las otras esposas de tu padre durante su embarazo prometieron (a Dios, jurando caridad o haciendo algún voto de abstenerse de ciertos placeres mundanos para así merecer la intervención Divina, y se les concediese el deseo de su corazón) que sus hijos sean dignos de reinar, pero yo prometí que mi hijo sería versado en la Torá.
Por lo que oraron las otras esposas de tu padre no les fue concedido, pero por lo que yo oré –dice Bat Sheva en su exhortación a Shlomó– me ha sido otorgado, junto con aquello por lo que no oré, que reinases después de tu padre.
La lección es: si uno desea y persigue el poder (reinar) no le será otorgado. Pero si uno desea y persigue el servicio de su Creador (que comienza con la comprensión de la Torá de Dios), entonces no sólo le será otorgado, sino que también tendrá el poder y el honor mundano.
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