Harav Yitzchak Ginsburgh

lunes, 6 de junio de 2011

Las Primeras Diez Preguntas

Las preguntas vienen de la duda. La duda viene del pecado. El pecado viene de la ilusión. La Torá nos fue entregada para salvarnos de falsas ilusiones.
La ilusión está en la mente. El pecado original, un acto físico, fue perpetrado de la mano a la boca (al tomar y comer del fruto prohibido). La duda está en el corazón. Desde el corazón la duda entra en nuestra mente como pensamientos, que entonces encuentran expresión en nuestra boca como preguntas.
Pero la ilusión per sé se inicia con una pregunta. La primera pregunta que aparece en la Torá es la de la serpiente primordial a Javá en el Jardín del Edén (el comienzo de la astuta persuasión de la serpiente para que Java coma del fruto prohibido):
“¿En verdad os ha dicho Dios que no comáis de todos los árboles del jardín?”
(“אַף כִּי אָמַר אֱ – לֹהִים לֹא תֹאכְלוּ מִכֹּל עֵץ הַגָּן“).
No todos los comentaristas leen las palabras de la serpiente como preguntas; algunos interpretan estas palabras como una afirmación. Así pues, estas palabras presentan una incertidumbre, ¿son realmente una pregunta que la serpiente hace a Javá, o es simplemente una afirmación que refleja el “la forma de pensar” de la serpiente (a la que Javá responde en concordancia)? ¿Son una pregunta o simplemente una ilusión (la mentalidad de la serpiente)?
La serpiente primordial simboliza nuestra inclinación subconsciente al mal. En hebreo, la raíz “serpiente” (נ.ח.ש, najash) significa “adivinar”, una alusión a ilusión.
La propia cuestionable palabra (ya sea una pregunta o una afirmación), la primera palabra dicha por la serpiente (אף, af, traducida como, “¿En verdad, ha…?”), como sustantivo significa “ira”. La serpiente habla –proyecta su mentalidad– por ira. De allí proviene, al igual que los pastores que Iaakov conoció en la fuente, como vimos más arriba.
Inmediatamente después del pecado (unos pocos versos más adelante), Dios les hace a Adam y Javá cuatro preguntas explícitas, una tras otra, de las  que aprendemos que no sólo nuestras preguntas provienen de nuestras dudas-pecados-ilusiones, sino que también cuando pecamos Dios nos cuestiona/interroga. De hecho, nuestros pecados dan lugar a una duda en la mente de Dios, por así decirlo, si es que valió la pena habernos creado de la manera en que lo hizo, con la inclinación al mal. Él mismo experimenta arrepentimiento y duda, que a su vez da lugar a que cuestione al hombre (si tan sólo el hombre Le respondiese adecuadamente, este acto en sí podría expiar el pecado):
“Y Dios llamó a Adam y le preguntó: ‘¿Dónde estás?’ Y Adam respondió: ‘Oí Tu voz en el Jardín y tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí’. Y Él dijo: ‘¿Quién te dijo que estás desnudo?’, ‘¿Has comido del árbol del cual te prohibí comer?’… Y Dios dijo a la mujer: ‘¿Qué es esto que has hecho…?’”
Después de que Dios aceptó la ofrenda de Hebel y no la de Caín, Caín se enfureció (se contaminó con el veneno de la serpiente que había convivido con su madre Javá) y cayó su semblante. Dios le preguntó (dos preguntas, dos “por qués”). “¿Por qué estás enojado y por qué ha caído tu semblante? Si lo haces correctamente serás aceptado…”
La siguiente pregunta en la Torá es la que le plantea Dios a Caín después de que asesinó a su hermano Hebel: “¿Dónde está tu hermano Hebel?”
Caín le responde a Dios con una pregunta (¡siguiendo la buena tradición judía!): “No lo sé, ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” Esta es la primera pregunta en la Torá hecha por el hombre (a Dios, que proviene de un estado existencial de duda respecto a la omnipresencia y omnisciencia de Dios).
Dios le responde a Caín con otra pregunta (una versión abreviada de la misma pregunta que Dios le había hecho a su madre; la primera pregunta que Dios le hizo a Caín: “¿Dónde…? es la misma pregunta que le hizo por primera vez a Adam). “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a Mí desde la tierra.”
Estas son entonces las primeras diez preguntas en la Torá, que podemos ver correspondiendo con las diez sefirot, todas ellas en el contexto del pecado (que da lugar a la duda), comenzando en la ilusión de la serpiente. Los Diez Mandamientos son las respuestas a estas diez preguntas.

Huyendo de Dios

Un ángel le preguntó a Agar, la doncella de Sarai, ¿de dónde vienes y adónde vas? Ella contestó: “Estoy huyendo de Sarai, mi ama”, (“אֵי מִזֶּה בָאת וְאָנָה תֵלֵכִי וַתֹּאמֶר מִפְּנֵי שָׂרַי גְּבִרְתִּי אָנֹכִי בֹּרַחַת”). Esta es la primera aparición en la Torá de la pregunta “¿a dónde [vas]?”
(Tomar en cuenta que la forma de la pregunta, “¿donde [vienes]?” (“אֵי מִזֶּה”, ei mize) no es la forma normal de “¿de dónde?” (מאין, meain), una palabra que también significa “de la nada”, como se explica más arriba, sino una expresión de dos palabras, literalmente, “donde de este [lugar]?”, como diciendo “¿de qué lugar específico vienes?”, enfatizando así más el lugar de origen que el destino.)
La historia ocurre antes de que el nombre de nuestra primera matriarca fuera cambiado de Sarai (con una iud) a Saráh (con un hei). Ella era estéril y entregó a su doncella Agar a su marido Abraham (en ese momento, Abram) con la esperanza de que por ese mérito ella misma pudiese concebir. Cuando Agar quedó embarazada de inmediato, comenzó a despreciar a su señora Sarai, quien reaccionó tratándola duramente, por lo que Agar huyó. El ángel encontró a Agar en el desierto junto a una fuente de agua, en medio de la nada.
Después de la respuesta a su pregunta, el ángel (un nuevo ángel, según los sabios) le dijo: “Vuelve a tu señora y entrégate en sus manos”
La primera aparición de una palabra o concepto en la Torá establece el escenario para todas las siguientes apariciones. La primera “¿a dónde vas?” trata de una mujer huyendo de su lugar ordenado Divinamente en el mundo, desde el lugar en el cual pueda cumplir su misión en la vida.
De hecho, su huida de Sarai implicaba una premonición del futuro. Después de dar a luz a Ishmael y después de que Saráh diera luz a Itzjak, Saráh le pidió a Abraham que echara a Agar y a su hijo de su hogar (Ishmael había amenazado la vida de Itzjak y a su legítimo derecho a heredar a Abraham), lo que Abraham hizo con renuencia por el mandato de Dios de escuchar las palabras de su esposa (esta fue la novena de las diez pruebas en la vida de Abraham, los diez pasos que lo convirtieron en el primer judío, y el último fue su disposición de sacrificar a su hijo Itzjak, la prueba de las Akeidá).
En los Salmos encontramos, “¿A dónde puedo escapar de Tu Espíritu y a dónde huiré de Tu Rostro?” (“אָנָה אֵלֵךְ מֵרוּחֶךָ וְאָנָה מִפָּנֶיךָ אֶבְרָח”, la misma forma de la pregunta “¿hacia dónde?” como en la historia de Agar) Muy a menudo, al igual que Agar, huimos de nuestra misión en la vida (porque sentimos que nuestra “ama” nos está tratando duramente; no sabemos quién es realmente Saráh nuestra ama, que su espíritu de profecía es aún mayor que el de Abraham), huimos  de Dios y Su Torá, de Sus enseñanzas para la humanidad (aquí Saráh simboliza la Torá de Dios, como está dicho, “la Torá de tu madre”).
Adam y Javá, también se escondieron de Dios después del pecado original. Esconderse es como huir. El profeta Ioná literalmente huyó de Dios, pues no estaba dispuesto a poner en peligro (eso creía) la seguridad espiritual de Israel, al asumir la responsabilidad que Dios le había dado para convertirse en un profeta para las naciones.
Pero Dios sabe qué es lo mejor. Así que no huyas de Dios. Entrégate a Él sumisamente y reconoce tu verdadero lugar en el mundo.

¿Hacia Dónde Te Diriges?

En castellano podemos preguntar “¿Hacia dónde te diriges?” en lugar de “¿A dónde vas?”. La expresión paralela en hebreo es “¿A dónde se orienta tu rostro?” (לאן פניך מועדות, leán panaij muadot)
“¿Hacia dónde te diriges?” (Where are you headed, lit, hacia dónde va tu cabeza”) sugiere consciencia (conciencia de tipo vectorial. “La cabeza” en esta expresión es como la cabeza de una flecha), que tienes en mente el objetivo hacia donde te diriges. Podría también implicar que vas hacia un objetivo consciente, para lograr un propósito específico en la vida. Te “diriges” hacia una “finalidad”, en última instancia, hacia “la profundidad del final”, el entendimiento (la consciencia rectificada), el Mundo Venidero.
En la Biblia, la expresión “a donde se orienta tu rostro” aparece sólo una vez. El rey de Babilonia habla a su espada (en hechicería), “Ve en una dirección, ya sea a la derecha [a Ierushalaim] o hacia la izquierda [hacia Rabat Amón], a donde se orienta tu rostro” (“הִתְאַחֲדִי הֵימִנִי הָשִׂימִי הַשְׂמִילִי אָנָה פָּנַיִךְ מֻעָדוֹת”, “hitajadí haiemini hasmili ana panaij muadot”).
De este contexto de maldad podemos aprender para el bien. Tenemos que elegir un camino en la vida y seguir ese camino, el camino que nos lleve al destino al que nos dirigimos. El versículo comienza con la raíz “uno” en la forma reflexiva –“convertirse en uno” (התאחדי). Elegir un camino en la vida es identificarnos plenamente con ese camino, para convertirnos en uno con él. Nosotros, el pueblo judío, somos llamados “un pueblo en la tierra”. Dios nos ha enviado para traer la conciencia de la unidad verdadera y absoluta a toda la humanidad. Lo realizamos al convertirnos en uno con nuestro camino, el camino de la Torá.
La inclinación inconsciente del alma Divina es hacia la derecha, elegir (preferir, ya que todos los demás factores conscientes están en igualdad de condiciones) ir a la derecha (y hacer el bien; en castellano “ir derecho”; en castellano se dice lo correcto es derecho, tomar la decisión correcta, hacer lo correcto –si estuvieses en el camino equivocado en la vida, ir a la derecha es reparar tus caminos, hacer teshuvá).
Ir a la derecha es dirigirse (orientar tu rostro, en hebreo, “cara”, panim, significa “intención interna”, pnim) hacia Ierushalaim, la ciudad de la paz, el verdadero destino de cada judío y de toda la humanidad.
El rey de Babilonia (que al final fue por derecho, pero en aras de un propósito equivocado, de lo cual podemos inferir que existen “derechistas” absolutamente equivocados) estaba afuera, con su espada apuntada, para destruir a Ierushalaim. Nuestro destino es la reconstrucción de Ierushalaim y el Templo Sagrado en su centro, para alcanzar nuestro objetivo, que es también el objetivo de Dios –“Mi  casa será la casa de oración para todas las naciones.”